miércoles, 28 de mayo de 2014

Una palabra que no conocía


Ayer me tropecé con una palabra que nunca había oído.

Gefirofobia. Se define como un persistente, anormal e injustificado miedo a cruzar puentes.

Y alucino, no porque desconociera la palabra sino porque no me entra en la cabeza que alguien tenga miedo a cruzar un puente....


Ays! que tengo mono de encontrar puentes nuevos y cruzarlos. Este verano, cuando esté en Brujas me pienso desquitar!! Y sé de una rubia que va a tener que hacerme 20.000 fotos en todos ellos.



viernes, 23 de mayo de 2014

Dice...


Al fin viernes!! y ha vuelto el frío. He mirado la previsión del tiempo y este fin de semana llueve. Visto así parece una mierda... pero dice mi espalda que es el plan perfecto.

Mi espalda te echa de menos. Sueña con curvarse bajo el edredón. Amoldarse a tu pecho y tu vientre. Se eriza ante la perspectiva de sentir tu abrazo. Guarda la huella de tu respiración cálida. Se estremece anticipando tus caricias y se ríe con tus cosquillas.



Ya es viernes... y queda por delante todas las horas en que sonríe tu presencia.


lunes, 19 de mayo de 2014

Difícil equilibrio


Hay días que nacen con sonrisas y se despiden con dudas y tristeza. Días en lo que mis esperanzas caen, resbalan como arena entre los dedos y quedan rendidas a mis pies, desde donde las contemplo bloqueada. Días en los que me digo que quizá, las cosas no deberían ser tan difíciles.

El viernes fue un día de esos en los que por mucha voluntad que pongas, descubres que no es ni remotamente suficiente. La niña interior se frustra y reacciona como una adolescente agarrándose a la cerveza. La resaca del día siguiente te confirma lo que ya sabías... que el alcohol no soluciona nada.

Hay días que empeñarse rima con despeñarse. Días en los que recuerdas que si no disfrutas con lo que haces, es que algo, seguramente tú, estás fallando. Y te replanteas las decisiones y piensas en arrojar la toalla, incapaz como eres de ver el camino.

Por suerte, las cosas suelen mejorar. Ayer, después del bloqueo que me tuvo atontada todo el fin de semana, disfruté de un espectáculo super petardo. Un difícil equilibrio, como el que intento mantener yo algunos días. Jorge Calvo en estado de gracia, mezclando la letra de Mi jacaaaaaa... si, la que galopa y corta el viento camini(sch sch)to de Jereeeeeeez... con la música de Wicked Game de Chris Isaak. Un crak en toda regla, oiga. ¿Por qué las lesbianas no tenemos ese sentido del humor, del espectáculo? ¿Por qué no somos capaces de reirnos de nosotras mismas como hacen los gays? Creo que es nuestra asignatura pendiente.

A lo que íbamos... Si además compartes esos buenos momentos con gente que te hace sentir bien, la alegría es doble. La sensación de calidez se afianza mientras vuelvo a casa oliendo las acacias y jazmines. En mi recuerdo flota la imagen de una despedida dulce, del sabor de ese último beso y nuestra mirada. De tu sonrisa sincera. De mi piel erizada en nuestro abrazo.

Y termino pensando que quiero seguir intentándo lo que me llena estos días, que aún me quedan ganas y fuerzas, que no siento que tenga que abandonar ahora. No es el momento. Sólo tengo que ponerle más mimo y dedicación.

jueves, 15 de mayo de 2014

Mirarme


Me pasaron un vídeo hace unos días en el que se alentaba a dejar de lado tanto uso del móvil. Decía algo así como... levanta la cabeza, mira a tu alrededor... y preguntaba cuándo fue la última vez que miraste a los ojos de otra persona.

Y me quedé pensando que si, que miro a los ojos de algunas personas... cuando la timidez me lo permite o simplemente consigo vencerla. Pero realmente lo que me preocupa es la cantidad de tiempo que llevo sin mirarme yo a los ojos.

¿Lo hacéis alguna vez? ¿Os miráis a los ojos a vosotras mismas? Solía hacerlo. Me quedaba frente al espejo y concentraba mi mirada en mi mirada, en lo que se veía más allá de los párpados, de las pupilas, de la esclerótica....  era un modo de conversar conmigo, de escucharme, de leerme con paciencia y mimo.

Quizá por eso, he comprado más puzzles y estoy como loca por empezar a hacerlos. Tengo mi faro australiano, con su cielo y su mar... y estoy convencida de que hacer el puzzle me lleva a mí misma, me permite mirarme y escucharme aunque mis ojos estén fijos en otra imagen.





jueves, 1 de mayo de 2014

Pan y quesitos


Me gusta caminar estos días por las calles de mi barrio. Están llenas de robinias, pseudo acacias que le han llegado a dar nombre a alguna calle. Tienen unas flores que derraman un olor que me termina embriagando. Cada año anhelo que llegue la primavera para volver a oler su fragancia.



Me detengo junto a su tronco y por unos momentos cierro los ojos para concentrarme en el olor. Sin embargo, estos días atrás, cuando lo he hecho, me he quedado paralizada. Tenía una profunda sensaciín de haber olvidado algo.

Me lleva sucediendo un par de meses. De repente voy caminando por cualquier lado y me paro porque parece que algo quiere acudir a mi memoria. Algo que no soy capaz de recordar. Me quedo mirando al vacío, o callada... intentando que lo que sea acuda a mí. Pero no sucede. Y continúo con esa profunda sensación de algo que está ahí y no acabo de ver.


Hace años, cuando comencé en la Universidad me exigían que escribiera a diario redacciones, artículos, crónicas... y que además las presentara a máquina. Por aquel entonces todavía no estaba extendido el uso de ordenadores y yo nunca había utilizado nada que no fuera lápiz o boli. Mi madre me dejó una vieja Olivetti con la que mi abuelo escribió desde los años 50 sus editoriales y artículos. La máquina tenía un teclado en el que las letras estaban lo suficientemente separadas como para que al teclear con mi poca maña, los dedos se colaran entre los huecos haciéndome constantemente heridas que sangraban.





Me pasé todo el primer curso peleando con la dichosa máquina para aprender a teclear con una velocidad digna. En mi afán por hacerlo bien llegué a tener durante meses sueños en los que tecleaba lo que escribía. En el sueño veía claramente mis dedos heridos pulsar tecla por tecla hasta que conseguía terminar las frases.  Por suerte, al curso siguiente compramos una máquina de escribir eléctrica con un teclado similar al de los ordenadores. La vieja Olivetti luce ahora como merece en el Museo de la Prensa de Granada y yo no la echo nada de menos.

Algo parecido a lo de la máquina de escribir me ocurre con la percusión. No sólo voy por la calle o en el metro, tocando en el aire diferentes ritmos para conseguir coger la soltura que preciso. Estoy empezando a soñar que agarro las baquetas y toco la caja. Quizá de este modo interiorice mejor el ritmo y pueda tocar igual que mis compañeras. Sé que soy una principiante absoluta y que no lo hago bien. Voy a clase y le echo ganas. Disfruto cuando consigo un sonido uniforme al del resto.

Por contra, hay bastantes veces que me pierdo o el ritmo no sale. Eso me agobia y me desanima algunos días. Me hace plantearme si cambiar de instrumento o dejarlo. Aunque siento que la percusión me enraiza con la tierra y me hace feliz. Porque lo cierto es que cuando toco, estoy muy cerca de recordar eso que he olvidado.

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